miércoles, 15 de diciembre de 2010

ARISTIDES UREÑA RAMOS Un regalo de tío Alexis

Publicado el sábado 11 de diciembre de 2010.
Tío Alexis manejaba ambulancia como piojo pegado a molleja de gallo. Él había abandonado el duro trabajo de corte y tala de árboles, allá en las tupidas selvas del Darién y de las cordilleras de Veraguas, para aprender un trabajo que fuera digno de un cristiano. Por eso había bajado de la montaña, para trabajar en el Hospital de Santiago en la misión de transportar gente herida, gente viva, como también muertos por todos los puntos cardinales del distrito de Santiago.
Cada vez que me encontraba con tío Alexis, en las noches oscuras de lluviosos inviernos, cuando andaba distraido por mis travesuras de adolescente estudiantil, me gritaba con voz autoritaria y paternal:
—“¡Ey!, ¿qué estás haciendo por aquí... a estas horas de la noche?”—, y yo le respondía que nada, que estaba caminando, regresando para la casa, él se acercaba y con la cara ‘amarrada’ me decía: —“Anda para tu casa de una vez, si no quieres que te agarre a rebencazos”—.


En la casa grande de la central, allá por calle tercera, donde vivían mis abuelos, no pasaba fiesta ni ocasión para reunir a toda la familia y celebrar con música y comida, con sodas y galletas, con guitarras y marimbas, piano eléctrico y violines la alegría de dichas fiestas... En la casa grande de mis abuelos, en ocasión de fiestas, nunca hubo tocadiscos, traganíquel ni radios a todo volumen, porque lo que nunca ha faltado en mi familia son los músicos, instrumentos musicales y cantantes que alegren nuestros encuentros... Así que esas ocasiones se transformaban en verdaderas veladas, donde se bautizaban los nuevos talentos que surgían en el seno de la familia, momento propicio para el debut de los más pequeños, que se destacaban en el canto y en el toque de instrumentos musicales.
“Mírala cómo baila, pegadita de los hombres”, esta fue la única canción que oí cantar a mi tío Alexis y la cantaba desentonada y fuera de ritmo, nunca lo escuché cantar ni lo vi tocar algún instrumento, él nunca aprendió o no le enseñaron... en cambio mis otros tíos hasta violines y mandolinas aprendieron a tocar.

—“Si ninguno lo saca, lo saco yo de ahijado”—. Así tronó la voz de tío Alexis, que con el dedo índice señalaba el piso, como queriendo poner límite a los cuchicheos familiares.
—“Lo saco yo... y eso es ya, de una vez”—... y fue así que a los 13 años yo pude contar con un padrino verdadero, aunque era de CONFIRMACIÓN, porque a mis padrinos de bautismo nunca los conocí, pese a los esfuerzos de mi madre, que me decía y repetía que eran un italiano, del que nunca más se supo de su paradero; y una tía montijana, que se fue para México y no regresó.

Y llegué a los 18 años... y tío Alexis, que se encontraba en ese entonces de vacaciones en la capital de la República, me mandó a buscar, diciendo que quería celebrar mis 18 años con un gran regalo y que era muy importante..:
—“Báñate bien, ponte la mejor ropa, la más bonita que tengas y los zapatos que usaste para la graduación de bachiller en el Urracá”—... y yo obedecí de una vez, visto que en juego estaba mi misterioso regalo de cumpleaños.

Tío Alexis me llevó en carro con aire acondicionado y me dio cervecita bien fría, paseándome por toda la ciudad capital, pero el maldito frío que me producían el aire acondicionado y las heladas cervezas no me dejaba ni hablar... hasta que llegamos al lugar donde mi tío me iba a dar el regalo:
—“¿Sabes dónde estamos?”—. Yo vi que era un restaurante con brillantes luces de neón, azules y rojas, pero no le respondí, entonces me pregunta rápidamente:
—“¿Conoces este lugar?”—, y para no quedarme atrás le respondí con entusiasmo que sí sabía, que estábamos por entrar a un restaurante a comer. Y él comienza a reírse y me grita:
—“¡¿Un restaurante?.. restaurante donde se come mucha micha de pelo!”—, mientras seguía riéndose... acabábamos de llegar a la famosa La Gruta Azul, mi regalo de 18 años.

—“Venga acá, déjese de agüevazones, no sea pendejo y demuéstrele a esta señorita, lo que sabe hacer un verdadero santiagueño”—. ¡Ábrete, Tierra!, delante de mí había una mujerona de cierta edad, que hablaba con acento extranjero, caderona, trigueña, una que del bello menester era experta, una profesional en tal materia.

Tío Alexis se había dado cita con sus compañeros de parranda y la gallada, con tanta bulla que hacía, demostraba el inmenso entusiasmo por la gran hazaña que yo tenía que cumplir.
—“Anda, entra con ella al cuarto, que está todo pagado”—, empujándome junto a la mujer dentro del oscuro cuarto.Y me encontré dentro de la habitación sin saber por qué, delante de la señora extranjera, que sonreía con malicia, quien, tomándome de la mano, me acerca a un lavamanos viejo, sin espejo, donde había un jabón verde claro y me invitó a sacar mi pene... y eso hice.

—“¿Es la primera vez?”—, me preguntó la señora, mientras me lavaba rápidamente el pene, con la espuma de jabón... y yo no sabía qué contestar, pues, el frío del aire acondicionado, de las cervezas heladas, de las manos de la señora y la embarazosa situación me quitaban toda la fuerza necesaria para una erección, y sé que ella eso percibía... y no pude contestar su pregunta, solo me limité a darle una tímida sonrisa.
—“No se preocupe paisa, que ahora me encargo yo”—, me dijo.
La puerta del cuarto era más chica que el marco de la misma, por eso quedaba una especie de ventanilla abierta en la parte superior, por donde veía la cabeza de mi tío Alexis, quien se acercaba para escuchar lo que estaba sucediendo dentro del cuarto y en una de esas me gritó:
—“¡Ahija’o!, hazle sentir lo arrechos que somos los Ramos, para que ella recuerde este momento toda su vida”—. Y la señora se dirigió al lado de la cama y comenzó a desnudarse... y, poco a poco, comencé a ver el físico no muy joven, cosa que no me ayudaba mucho en mi fantasía erótica... Entonces, cogí coraje, la invité a sentarse y le propuse un pacto... más bien, le rogué que me ayudara a salir de la bochornosa situación, que fingiera hacer el amor conmigo, cada vez que mi tío Alexis y la gallada se acercaban a la puerta, y ella aceptó... pero la recompensé con el poco dinero que tenía, tres balboas con cincuenta centavos... todo mi capital.
Se oía a mi tío Alexis que se acercaba a la puerta y gritaba:
—“¡Ey, potrillo santiagueño, dale, dale más duro, que la estás matando de gusto”—, y la señora y yo gemíamos con falsos gritos de placer cada vez que los veíamos acercarse... hasta que la experta mujer me avisó que podría bastar ya, que podíamos terminar la farsa y salir del cuarto.
Al día siguiente me encontré en las afueras de la capital, por la avenida Ancón, pidiendo bote para Santiago, pues, el dinero del pasaje se lo había dado a la señora de La Gruta Azul. Llegué después de 10 horas de camino, en un camión, arriba de una carga de sacos de cemento, cansado y estropeado, pero contento de haber cumplido con mi padrino Alexis, con toda su gallada y, sobre todo, por haber dejado en alto el HONOR DE MACHO de todos los santiagueños y de los hombres de mi familia.

*Artista veragüense residente en Florencia, Italia.aristides_urena@hotmail.com

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