martes, 28 de diciembre de 2010

ARISTIDES UREÑA RAMOS Un humilde pesebre veragüense

-A los peloteros de mi tierra-

Publicado el 25 de diciembre del 2010.

El encuentro fue marcado por una tímida sonrisa, con un rápido movimiento el cholo José agarró la gran chácara que María, su esposa, traía. Era una tardecita de un sábado de diciembre, en el mercado de Santiago y la chiva de pasajeros acababa de llegar desde la cordillera de Calobre.
—“Corre, sígueme, que estoy apurado”—, fue lo único que supo decir José y la cholita María obedeció, siguiendo los rápidos pasos de su marido... ella, en silencio y rigurosamente en fila detrás de su hombre, seguía entre la multitud de paisanos bajados al pueblo para la preparación de la zafra anual. El mercado de Santiago era un hormiguero de gente apurada esa tardecita cercana a las fiestas navideñas.

Y subieron por la calle de los Guevara, hasta llegar al parque Central, frente al Municipio, colocándose bajo el viejo almendro, donde otros paisanos acampaban con sus familias.

—“Compa, pase para acá, que acá también celebramos”.— Este no era un saludo, era la petición para pasar la botella de aguardiente que el pequeño grupo de indios hacía circular entre los machos... No se sabe cuánto tiempo había pasado, pero de repente, a plena noche, comenzó un vendaval, soplaba un viento caliente, como si la misma Tierra quisiera temblar, el grupito, asustado, buscó refugio donde pudo. José, que estaba borracho, junto a María, se puso a los pies del monumento a Juan Demóstenes Arosemena... José, pese a la cantidad de alcohol consumida, aún hablaba pareciendo lúcido. Y el extraño viento caliente no daba tregua alguna, aumentado su intensidad cada vez más y más.

De pronto, José saltó como un conejo y se encaramó en el monumento a Juan Demóstenes y desde allá, mirando a María, comienza a gritar, con los brazos abiertos:
—“Yo que quería una mujer que fuera de pueblo... y mira mi maldita desgracia, contigo me vengo a amarrar”—
Y continua: —“¡Aaaaah, mis males!, con una india me tenía que meter”. María, avergonzada, se pasaba la mano por sus cabellos y miraba con gran preocupación a su marido encaramado y balanceándose sobre el monumento. El violento viento le levantaba sus cabellos sobre su pálida cara.

Una mujer que se vista con pantalones y blusa de moda y no una chola como tú, eso yo quería”— y María réplica con voz fuerte, sobreponiéndose al zumbido del fuerte viento:
—“Si quiere, de pantalones y blusa me visto, si Ud. quiere, yo eso hago”—, acomodándose sus desordenados cabellos negros.

—“Pero... ¿cómo haces, si estás gorda como un mono atorado?”. El vendaval aumentó su furia inaudita tapando casi lo aquí dicho y, mientras decía estas palabras, José comenzó a bajar lentamente del monumento, acercándose a su preocupada mujer.
María estaba petrificada, inmóvil, delante de José... una inmensa tristeza sostenía las muecas de su joven carita y la silueta de su marido, derramándose de tanto viento en la oscuridad, se agachó junto a sus pies... y ese inesperado silencio, esa sensación de vacío, que traen los vendavales invadió la noche.

—“!Yo me mato y me mato es ya!”— Gritó María. Junto al fuerte zumbido del caluroso viento.

José fue despertado por el grito de María que, envuelta en naguas al viento, había subido al monumento a Juan Demóstenes, repitiendo la inexplicable acción de su marido... y desde allí continuaba gritando:
—“¿Querías mujer de pueblo?, pues consíguela, porque yo me mato ahorita mismo”.—
—“¿Querías mujer con pantalones y blusa sexy?.., pues, lo dejo libre para que se la encuentre... porque yo me mato”.— Y el cholo José, asustado por las palabras decididas de María, trata de calmar la violenta reacción de su mujer:
—“Espera, espera... mira, que lo que yo decía eran cosas de borrachos y nada más”... y María, desconsolada, hace un gesto, como quien quiere lanzarse al vacío, y José le grita:
-“Espera, espera, si yo te quiero como tú eres, chola como yo... te lo juro, por Dios bendito”.— Y María, con las manos alzada, como quien quiere botarse al viento, dice:
—“No me quieres porque soy gorda... pero yo no estoy gorda... y antes de morir quiero que sepas que mi barriga es por causa de tu hijo que llevo dentro”.— Y diciendo eso se acerca al borde del bloque de granito del monumento... y, alzando un pie, hace un decisivo gesto de saltar... y José grita violentamente:
—“Espera, espera, espera, yo no sabía nada, ¿un hijo, un hijo mío?, yo no sabía”... y, con un rápido abrazo protector, apaña a la pobre María, que dulcemente se hace caer entre los fuertes brazos de su joven marido, quien la aprieta contra su pecho... y con suaves sollozos, sin dejar de abrazarla, le pregunta al oído:
—“¿Cuándo nacerá?, ¿cómo se llamará?, ¿cómo será?”—, y la cholita María, agarrada al cuerpo de José, contesta suavemente:
—“Nacerá en este mes, es un varón y tú le darás el nombre que quieras...”.— José, con su abrazo, trata de hacer un muro protector para su esposa y el fuerte y cálido viento, como por encanto, cesa... el brutal vendaval, así como llegó, desapareció. Y poco a poco volvió la calma.
Las dos solitarias figuras, sentadas y abrazadas al lado del monumento, acompañaban la llegada de la madrugada... y del cuchichear entre ellos solo se comprendía la voz de José, que decía;
—“Y de grande será pelotero y jugará para LOS INDIOS de Veraguas”... y María le contestaba:
—“para mí basta con que le gane a los chiricanos”... y José decía:
—“A Chiriquí le daremos una palera, como a los herreranos... los santeños ni una base tocarán y eso será jonrón detrás de jonrón”... y María respondía:
-- “será mejor que Mariano Rivera y por 20 años Veraguas ganará el campeonato... ¿pero qué nombre le vas a poner?”... y tras esta pregunta llegó otra vez el silencio... luego de un buen rato, José, abrazado a María, seguía en silencio... hasta que los primeros rayos de luz de la mañana atravesaron la iglesia e iluminaron el parque... allí, en el monumento a Juan Demóstenes Arosemena, como en un pobre pesebre, apretando fuerte a su esposa contra el pecho, le respondió:
—“Lo llamaremos Jesús, en honor a nuestro Señor y a los buenos peloteros que han dado dura batalla bajo el uniforme de los Indios de Veraguas”.
*Cuento escrito originalmente en 1980, modificado para su publicación en La Estrella.

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